La primera clase de danza.

13.12.2017

La primera vez que nos enfrentamos a un desafío podemos sentirnos un poco desanimadas cuando descubrimos, luego de intentar, que el desafío es mayor de lo que esperábamos. Normalmente eso es lo que le ocurre a quien toma una primera clase de Danza Oriental, sin saber que se encuentra dentro de la norma y que ese sentimiento de frustración se supera con el tiempo

¿Qué ocurre en una primera clase de danza? Que descubrimos nuestra incapacidad de realizar los movimientos más simples, sentimos que el cuerpo no nos responde como quisiéramos y puede que hasta experimentemos un sentimiento de vergüenza por creer que sólo hacemos el ridículo delante de las compañeras de clase. 


Pero esto, aunque por norma siempre ocurre, no es tan una situación tan incómoda si tenemos en cuenta algunas "reglas del juego". Primero que nada hay que tener en claro que, si somos alumnas (no maestras), no tenemos que demostrar que podemos realizar los movimientos en forma exacta (algo que para una principiante es IMPOSIBLE de realizar). En realidad una alumna no tiene nada que demostrar, viene a aprender y no a demostrar. No hay que ponerse en un rol que no corresponde. Es común que las alumnas vengan a la primera clase diciendo que "no saben nada de danza, mucho menos bailar", ¡y eso es justo lo que se espera de ellas! Que vengan a obtener conocimiento no a demostrarlo. Si no sabes bailar, entonces es mucho mejor porque vas a aprender algo nuevo desde cero. 

Ahora ya sabemos que no debemos esperar que el movimiento enseñado se manifieste milagrosamente en nuestro cuerpo, eso no va a suceder en una primera clase, ni en la segunda ni el los meses siguientes. Los movimientos de Danza Oriental no se aprenden, más bien se entrenan continuamente hasta que se logra la flexibilidad muscular necesaria para realizar cada movimiento. Poco a poco se va obteniendo fluidez, levedad, equilibrio, gracia, suavidad, elegancia... dependiendo de la facilidad para modificar patrones mentales, sociales y emocionales que cada mujer ha impuesto en su vida. De este entrenamiento se obtienen muchos beneficios porque lo que se termina flexibilizando es la personalidad, el carácter, la mente y, finalmente, el cuerpo que también acompaña el proceso adaptándose a lo nuevo. Abandonamos los patrones de miedo y abrazamos nuestra capacidad de adaptación que se refuerza paso a paso y danza a danza. 

En una clase de danza se trabaja la constancia, la fuerza de voluntad, la confianza en una misma. Tarde o temprano el miedo a "no poder" desaparece y la seguridad se refuerza. Entonces la alumna comprende que sí puede, aunque deberá seguir lidiando con sus limitaciones físicas y sus creencias limitantes. Al entrar a una clase hay que tener en claro que somos personas únicas, por lo que realizar comparaciones con otros es inútil. Nuestro ritmo de aprendizaje es único, así como también nuestra capacidad de asimilar nuevos conceptos. Por lo tanto debemos exigir que en clase se respete nuestra forma de aprender. No existen malos alumnos si el docente está bien capacitado para transmitir su experiencia y conocimiento. Las burlas, la crítica desmedida, la competencia entre alumnas, la desvalorización o el favoritismo de la docente no debe existir en la clase; si así fuera es mejor abandonar ese ambiente tóxico ya que el aprendizaje se vuelve difícil y la frustración una constante. En clase de danza cada alumna debe sentirse cómoda, feliz, libre para expresarse y sin miedo. La clase es un momento de disfrute, no un ring de competencia. 


La próxima vez que acudas a un taller de danzaterapia, o a tu primera clase recuerda que vas a experimentar con tu cuerpo y no te exijas ni mantengas expectativas. Disfruta la experiencia, observa cómo es la relación con tu cuerpo y qué puedes hacer para mejorarla; no lo sobreexijas, recuerda que eres una persona única y estás capacitada para aprender pero a tu propio ritmo. Si un movimiento te resulta más sencillo cuando lo ejecutas hacia la derecha pero se te dificulta hacerlo hacia la izquierda, eso es completamente normal y nos pasa a todas cuando trabajamos con ambos hemisferios del cerebro. El sentir enojo en las clases también es normal, sucede cuando se pierde el control del momento de danzar, porque la danza no se planifica, nace del corazón y no de la cabeza. Así que si crees que puedes pensar y danzar al mismo tiempo ve enterándote que no es posible, y dedícate a disfrutar de ese momento de silencio mental que se crea al bailar. 

Se debe aprender a bailar sin estrés, disfrutando del proceso y sin la ansiedad de querer alcanzar la meta. Para disfrutar de los beneficios de esta sanadora y maravillosa danza no se necesita más que: pasión, mucho amor, perseverancia, paciencia y deseos de encontrarse con una misma y amarse tal cual una es. Recuerda que la Danza Oriental se debe adaptar a tu persona, y no al revés. Si puedes caminar... ¡puedes bailar! 


Por Neferú Iabet, bailarina oriental, terapeuta holística.

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